Es el tercer invierno con el que me enfrento en Chicago, el primero fue expectante, nunca había visto la nieve caer, había visto nieve en las montañas de Huaraz y me había resbalado cuesta abajo, “a pelo,” el Pastoruri, pero de ver que unos hielitos blancos caían sobre mi casaca roja, nunca. Lo que más me gusta de la nieve es que te sacudes y cae, no es como la lluvia odiosa que te moja, y cuando hace frío, te cae a plomo, cada gota es implacable, sientes que se introduce como un cuchillo filudo en el cuero cabelludo, AY! Es solo agua me dice Don.


En Chicago la lluvia tiene personalidad, no se deja dominar por ningún paraguas, todos lo usan, pero hay que saber a quien te enfrentas para poder usarlo. Como hace unas semanas, pasé mi primera tormenta en la calle, desprotegida del techo de una casa caliente o un carro que me permita ver a la gente corriendo sin temor a darse un resbalón. Salía de dar clases, llevaba un paraguas viejo pero poderoso, vi la lluvia a través del enorme vidrio del rascacielo donde trabajo, por un momento pensé, que alguien estaba dando de baldazos al edificio, seguro estaban lavando los vidrios, pero no, era la lluvia que aun no se querer, a pesar de lo maravillosa que puede ser para los pueblos olvidados de las costas de nuestro país.


De solo pensar que una gota caería sobre mis zapatos peruanos, me daba terror, ellos como yo, no estamos preparados para esos avatares, la goma que han puesto para fabricarlos no es a prueba de agua, yo si soy lavable pero no mis zapatos queridos, que son esos que se amarran nudos. Decidí salir, abrí mi paraguas aun dentro de la puerta giratoria, hubiera querido darme una vuelta más pero no, tenía que enfrentarla.


Con habilidad y experiencia no me cayó un gota en el cuero cabelludo como esperaba, bajé las escaleras y llegué al nivel de la calle mojada, crucé la pista que está forrada con un techo de metal por donde pasa el tren marrón, así que mientras cruzaba me permití ver cual era la dirección de la lluvia y era hacia el oeste, yo caminaba hacia el este, dirigí mi arma protectora hacia el este, caminé sin mirar, de pronto sentí que otros paraguas acariciaban el mío, un grupo de gente venía en sentido contrario, tenía que mirar al caminar, era casi imposible cubrirme y mirar. Llegué a la esquina y la lluvia cambio de curso venía del sur, puse mi escudo a la derecha, caminé, de allí volvió al oeste, cuando llegué a la segunda esquina la luz no cambio a mi favor y me quedé luchando como en una película épica con la lluvia que cambiaba constantemente su curso.


Llegué a mi destino, a las pestilentes escaleras del tren azul, bajé mientras luchaba con el paraguas para cerrarlo, miré abajo con pánico de ver mis zapatos made in Perú hechos unas sopas, pensé que en cualquier momento caminaría semidescalza. Felizmente no fue así, solo han quedado heridos y un leve pío suena cuando camino en el silencio del interior de los rascacielos.


Llegó el tren, estaba mojada hasta las rodillas, y tenía mojados los hombros de mi saco de tweed, pucha me costo… seguro que se encoge pensé, quería ver donde estaba hecho pero no tenía tiempo tenía que subir al tren que por supuesto estaba lleno, era hora punta, no reventando pero no habían asientos, me paré a un costado en el que podía apoyarme, saqué mi libro… calientito recién sacado de la biblioteca, “El Corazón de las Tinieblas” de Conrad (el que escribió Alíen el 8vo pasajero)… entonces luego del último paradero del downtown, el tren baja la velocidad, que generalmente la sube porque está pasando debajo del río Chicago, y que crees, se detiene, el maquinista lo prendió nuevamente y trank… tronk, nada, repitió la misma escena trank-tronk una y otra vez, yo pensé UY! Una aventura mas en Chicago, great!


Sabes que significa evaporación… pues si, eso comenzó a pasar en el tren, con la calefacción la ropa de la gente se comenzaba a secar y esa humedad iba pegándose en las ventanas, que poco a poco nos dejaba sin visibilidad, pero el problema comenzó cuando el vapor se iba robando el oxígeno, no podía respirar bien, hasta que un Einstein abrió la puerta manualmente.


En eso el aire acondicionado se apagó, no había ruido de nada, solo algunos cuchicheos en diferentes idiomas a los que ya estoy acostumbrada, que no entiendo y que no me interesa entender. Decidí continuar con mi lectura se veía prometedora pero muy masculina. En dos minutos las luces se apagaron, al unísono los lectores emitimos un uuhhhhh a coro. No mas cuchicheos, sólo se escuchó al chofer que decía, les comunicamos que tenemos un problema, la risa nerviosa de muchos alegró el ambiente fúnebre.


Afuera se veía solo un túnel oscuro, color cemento, con esa patina del tiempo que los incendios dejan. Un aire frío comenzó a llenar el ambiente que fue ocupado por una negra inmensa que cruzó por la puerta de emergencia que unen los trenes.


CIERREN LAS PUERTAS, gritó, nos mando, dijo… los controles del tren no funcionan si las puertas no están cerradas, en realidad no la vi bien, estaba oscuro, pero su maza corporal era evidente.


Pasaron unos minutos, y volvió la luz, luego el vapor y la falta de oxígeno, luego regresó el aire acondicionado, y luego el sonido de los impotentes intentos del trenero, una y otra vez, trank – tronk, y una maquinita que estaba a mi lado sonaba crack… crack… pensé si esa maquinita estaba implicada en el asunto yo corría un gran riesgo si explotaba, pero no.


Estaba tratando de cronometrar el tiempo que teníamos debajo del río y se escuchó otra voz familiar que decía, no podemos resolver el problema, ya les informaremos cuales serán los procedimientos para evacuar. Eso es vida pensé, acción! Guardé mi libro, me acomodé y luego de dos tranks y tronks el tren reinició su marcha, todos volvieron a sus quehaceres, yo estaba decepcionada, pero felizmente la emoción no se acabo allí.


El tren se había retrazado casi 40 minutos, por lo tanto había retrazado a todos los trenes de la línea azul que vienen cronometrados, y mas a horas punta, así que informaron, que el tren correría express, que significa? Que sólo parará en dos paraderos en Logan Square y Jefferson Park, generalmente para como en 15, antes de llegar a Jefferson Park que es donde está el terrapuerto donde tomo el bus que me deja en la esquina de la casa.


Fue increíble, este tren sube y baja como la montana rusa, sale entre casas, regresa a túneles, sale a una autopista y vuelve a túneles, la velocidad le dio la emoción que me faltaba, hasta que llegó a JP. Bajé y sentí un ruido… ya lo había escuchado antes pero dentro de mi casa, eran los truenos, AY mamita, los rayos, esta vez en vivo. Ubiqué mi bus, y estaba aun allí, como siempre vacío, no se lleno y partió, la lluvia lo bañaba generosamente, como me hubiera gustado que la lluvia lave mi polvorienta camioneta cuando regresaba de mis campamentos en las playas del desierto de la costa de Lima.


Se acercaba mi paradero, el chofer abrió la puerta, empuñé mi paraguas y bajé a caminar en ese aguacero, me sentía miserable, medio cuerpo mojado, preferí los días nublados de Lima que te hacen sentir que no vales nada especialmente en las fechas premenstruales. En eso vi una luz, y vi otra luz en el cielo, caminé bajo los árboles recordando todas las imágenes que veía en las películas y en los documentales cuando un rayo parte un árbol o cae sobre el paraguas de un inocente campesino, el sonido era como un león rugiente, como cuando pecas y crees que Dios te habla, imponente, era una voz… la voz del trueno que te estremece, sentía que me hablaba y me decía, camina rápido porque sino te friegas, así que aceleré el paso, llegué a la entrada de la casa, vi a mi suegro a través de la ventana, protegido en su casa calientita, dibujada como en los dibujos libres de los niños que no tienen casa.


Don salió a mi encuentro, su cara era hermosa, lista para consolar mi llanto, pero luego le cambió la mirada, yo estaba con una sonrisa en los labios y mis ojos tristes estaban vivos y tratando de decir, I’m alive! Llegué viva a casa… donde está mi comida… no quería nada hecho, me preparé una sopa a la minuta caliente, luego de mi sopa deliciosa, me tomé un helado, me saqué los zapatos mojados, quería consolarlos pero mi pantalón estaba mojado también y requería atención tiré mi saco por allí y hablé como lora sobre lo que me había pasado, me pareció tan divertido que decidí contártelo también.